domingo, 15 de noviembre de 2009

Traducción


Niña que perdiste tu sombrero en la vía,
Por favor, no llores, no te aflijas.
Sabemos lo que hizo el viento desalmado,
Pero el guarda te va a ayudar
Con su herramienta larga para agarrar sombreros
Desde la negra viga en donde están parados
Antes de que el tren lo mutile para siempre.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Calzoncillos y capitalismo


Entonces la marca de ropa interior masculina usada por la mayoría de los hombres decide achicar considerablemente y sin previo aviso el tamaño de sus talles de slips para reducir costos (lo que es la crisis). Como la mayoría de los hombres no compra su ropa interior, ya que de eso por lo general se ocupan sus madres, esposas o hijas (vaya uno a saber por qué), y ellas compran por número de talle, el cambio pasa desapercibido hasta que por la calle Florida no se puede caminar por la larga hilera de gordos pelados de bigote (y otros sin) que caminan lentamente, como constipados luego de comerse un asado completo. Claro que se quejan con sus mujeres y ellas van con modelos anteriores a las casas de ropa interior, y les compran uno o dos talles más pagando la diferencia, con tal de que ellos estén más cómodos.

La crisis, como todo, pasa. Y al cambiar el director de la fábrica, el nuevo (Romualdo Ramírez, tradicionalista, colecciona estampillas) decide volver al sistema de talles anterior sin tampoco avisar a nadie fuera de la empresa. Lo que esperablemente genera un aumento desmedido de rayas del culo visibles en plomeros que se agachan a arreglar cañerías de cocina, instaladores de cable y otras profesiones que se desarrollan con las rodillas dobladas. Muchos de los gordos antes apesadumbrados descubren un nuevo nivel de comodidad, y en algunas provincias particularmente calurosas aumenta el uso de Empecid. Y así funciona el mundo capitalista.

sábado, 4 de julio de 2009

Destruyamos nuestros despertadores cada 6 meses!


Siempre odié a mis relojes despertadores. He tenido que cambiarlos unas diez veces porque mis apagadas violentas hicieron que los estrellara contra el piso y dejaran de funcionar. En plena vigilia, me resulta cómico recordarme tirando manotazos ciegamente, como intentando matar alguna cucaracha. Pero esta semana sufrí tanto al que tengo ahora (es uno de esos que aceleran y suben el volumen cada vez más) que me inspiró a escribir esto. Es una actividad que se me ocurre muy terapéutica y relajadora.


Paso a paso, sería así:

- Vayan a donde sea que compren sus despertadores y compren uno nuevo, que haga bastante quilombo. Lo van a necesitar más tarde.
- De vuelta en sus casas, vayan a sus piezas y tomen el despertador que tanto les hincha las pelotas a la mañana. Llévenlo hacia la mesa de la cocina y pónganlo más o menos en el centro.
- Busquen un martillo bien pesado; puede ser una maza también (aunque es más peligrosa para la mesa).
- Hagan que el despertador suene y empiecen a darle martillazos sin asco. Griten de manera tal que los gritos tapen el sonido del despertador hasta que ya no sea necesario gritar más porque haya callado para siempre.
- Junten los pedazos que hayan quedado por ahí (al menos los más grandes) y tírenlo a la basura con la solemnidad del caso.
- Pongan el despertador que compraron en el primer paso en el lugar del anterior.
- Repitan el proceso cada 6 meses.

Por la naturaleza de estas máquinas del demonio, imagino que si las piezas más chiquitas quedan tiradas por el piso, cuando andemos en medias por la cocina nos las vamos a clavar en la planta del pie durante meses y meses. Así que recomiendo una limpieza exhaustiva del lugar del hecho. Piensen cuánto mejoraríamos como personas si todos hiciéramos esto!

lunes, 29 de junio de 2009

Japonés, Japón y orgullos contraproducentes


Luego de muchos años de mirar anime subtitulado y leer manga traducido, me puse a estudiar Japonés. Me fijé en la página de la embajada japonesa en Argentina qué lugares había y me terminé inclinando por el Centro Nikkei Argentino (en la calle Bulnes, cerca del Abasto Shopping).

Esto de empezar a estudiar formalmente me hizo dar cuenta de algo que quería compartir con ustedes. Durante estos años de aficionado al anime aprendí un montón de palabras y frases, lo que me provocó cierto orgullo por haberlas aprendido "por mi cuenta", pero por otro lado me impedía sentarme a estudiar formalmente (dado que sentía que se perdía el encanto de ser autodidacta). Inconscientemente me estaba poniendo una barrera a mí mismo para progresar. Me dí cuenta un poco tarde, pero ya empecé y estoy muy contento :). Creo que sería positivo que todos piensen si no tienen esta clase de barreras que muchas veces nos perjudican.

Esto del idioma vendrá acompañado de una visita al país del sol naciente en unos meses, pero de eso ya habrá otros posts con fotos bizarras, por supuesto.

Saludos a todos!

domingo, 31 de mayo de 2009

Josecito


Me vine a vivir a Rio de Janeiro hace unos años. Antes de mudarme había venido de visita dos veranos seguidos, y me fui enamorando de la ciudad caliente y exuberante. Y si bien me encanta pasar el día en la playas de Barra de Tijuca, una de las cosas que más me gustan es caminar de noche por las calles oscuras del Centro. Luego de cenar una feijoada o pescado frito en algún restaurante de comida a kilo, me vuelvo a casa, me empilcho y agarro para el lado del barrio de Flamengo, donde el calor de la noche se funde con el olor a pis que brota de la vereda blanca y negra como si fuera el alma de la ciudad.

Fue en una de esas noches de caminata solitaria que me sorprendió ver un amontonamiento de gente en uno de los tantos callejones sin salida. Desde la bocacalle vi a unas 40 personas rodeando algo que no pude divisar. La gente aplaudía asombrada a cada rato. La escena estaba iluminada por una luz roja que la oscuridad devoraba a unos pocos metros. Me costó abrirme paso hasta llegar a ver, bajo la axila de un negro muy alto, lo que todos estaban admirando: un chico sentado en el piso, acompañado de su padre, quien le daba órdenes desde una silla de mimbre. Sobre el piso, había algunos objetos: una goma de borrar, un lápiz, una tapita de gaseosa.

El padre calló con un gesto a la multitud. A los gritos, anunció que Josecito daría paso al número central del espectáculo de esa noche (El nombre del chico y una banderita en la silla me revelaron que eran uruguayos). Seguidamente le indicó al chico algunas cosas en voz baja, que no logré entender. Josecito no parecía dispuesto a seguir las órdenes de su padre, hasta que la amenaza de un cachetazo pareció convencerlo de repente. La gente les tiró algunas monedas adentro de un sombrero gastado que habían puesto en el piso. El chico cerró sus ojos y de su garganta comenzó a surgir un ruido que fue elevando mi miedo y mis ganas de ver qué pasaría a continuación. Unos pocos segundos más tarde, no pude creer lo que veía: la goma, el lápiz y la tapita se despegaron del suelo. Primero muy lentamente, como si les costara; pero luego ganaron unos cuantos centímetros más, y comenzaron a bailar alrededor de la cabeza de Josecito, que seguía con los ojos cerrados y haciendo ruidos distintos con su garganta. La gente no salía de su asombro. Un par de señoras empezaron a declarar a los gritos que el chico estaba poseído por demonios, y fueron inmediatamente apartadas por el resto de los espectadores, que estaban más interesados en seguir mirando el espectáculo que por la posible maldad que pudiera contener.

Al cabo de unos pocos minutos, Josecito se calló y los objetos perdieron vida, volviendo al lugar en el piso que ocupaban originalmente. Pero eso no es lo único que pasó. Una sensación de frío extremo recorrió todo mi cuerpo, a pesar de que era Febrero y la noche era muy calurosa. Miré a mi alrededor. Se adivinaba la misma sensación en el resto de los espectadores. Desde su posición, Josecito nos miraba con sus ojos tristes. No había duda: él nos estaba haciendo sentir ese frío.

La mayoría de los espectadores huyeron despavoridos. En ese momento, un hombre gordo, de traje gris y sombrero se acercó al padre, que ya miraba al pobre chico como con ganas de castigarlo por lo que estaba haciendo. Aparentemente era un hombre del espectáculo, y le ofreció pagarle mil reales diarios a cambio de los trucos del chico si lograba pasar una prueba, que calificó de "muy sencilla": tenía que levantar la silla de mimbre por lo menos 30 centímetros.

El padre no lo dudó ni un segundo. En seguida se paró y corrió la silla para que quedara frente a Josecito y le ordenó que la levantara usando el mismo truco. Josecito se negó. Y esta vez parecía totalmente resuelto a no acceder por ningún medio a realizar el truco. Entonces el padre metió la mano en el bolsillo y sacó un pedazo de cuero todo roto, que amenazaba usar como látigo. Vi la cara de asustado del pobre chico, que me miró como pidiéndome que lo salvara. Yo estaba paralizado por la escena misma, así que no pude hacer nada. Con resignación, volvió la vista hacia su padre y asintió con un movimiento rápido y resignado de su cabeza.


Se arrodilló frente a la silla, con los ojos cerrados. Volvió a hacer el ruido fuerte con la garganta. La silla empezó a agitarse en su lugar. El ruido se escuchaba cada vez más fuerte. La silla se despegó del suelo unos pocos centímetros. El tipo de traje se frotó las manos. El padre sonreía excitado. Vi las gotas de sudor en la frente de Josecito. La cabeza le temblaba como un sonajero. De repente, abrió los ojos. No me alcanzan las palabras para describir lo que vi dentro de ellos. La silla se rompió en pedazos en el aire, y él cayó de frente contra el suelo. Hubo un instante de silencio total. El padre quedó paralizado. El señor de traje gris se fue, como haciéndose el distraído. Yo me escapé corriendo, con un miedo terrible.

La otra noche volví a pasar por el callejón donde murió Josecito. No había nadie. Lo único que quedó de él es un pedazo de vereda quemada.

domingo, 10 de mayo de 2009

El tren

Todos los días es igual: uno se levanta de la cama con las esperanzas renovadas y cree de repente en el amor entre todos los seres humanos; es capaz de tomarse un té. Lo termina y agarra unas galletitas al vuelo para no llegar más tarde al trabajo, solamente para comprobar al cabo de unos 5 o 10 minutos la verdad inapelable: que la gente sigue empujando en el tren.

Intente usted bajarse en la estación en donde termina su viaje, y no lo logrará, salvo que sea la estación terminal. La masa de carne, uñas, pelo y huesos que le impide bajar es cómplice de la que intenta subir, y de nada sirve el pedido de "permiso", o "permiso, por favor": solamente haciéndose partícipe del empujamiento podrá usted evitar bajar en la estación siguiente.

No faltó oportunidad en la cual intenté educar a algunos de los individuos que me trataron de impedir la escapatoria en la estación elegida; lo máximo que conseguí fue una mirada de indiferencia, cuando no un insulto, o una escupida con olor a caramelo de menta.

Luego de comentar el tema con mis conocidos, llegamos a la conclusión de que tratar de acceder de manera racional al problema es inútil: si en el mejor caso el obstáculo acepta el reclamo hecho y se convierte al lado bueno del problema, otra persona estará ahí, lista para reemplazarlo al día siguiente; y con ella seguramente no tendremos tanta suerte. De esto podemos deducir que la gente que empuja en el tren y no deja bajar proviene seguramente de un barrio oscuro y lúgubre (los faroles siempre apagados por la noche, las calles cubiertas por un toldo de día para que no llegue la luz del Sol, los perros sucios y moribundos, las paredes de las casas cubiertas de una sustancia viscosa, las veredas de madera podrida); o tal vez solamente de una organización dedicada especialmente a hacer más tediosas las idas y venidas del trabajo.

Afortunadamente para nuestras esperanzas, durante el día uno charla con un buen compañero de trabajo, un familiar o un amor y queda listo para enfrentar algún otro viaje, leerse una revista o comerse unas Criollitas con dulce de leche. Y así es como uno siente que le gana la pelea a la gigantesca babosa.

domingo, 5 de abril de 2009

Carta a la señorita Bologni

Hola,

Me hubiera gustado comenzar saludándote por tu nombre, pero no estoy seguro de saberlo. "Hola Andrea" hubiera sido un comienzo mucho mejor (nunca voy a entender de dónde saqué el nombre Andrea, probablemente lo inventé como forma agradable de completar tu apellido, "Andrea Bologni" suena bien). Con vos me pasó algo que ya me había pasado. Nuestro contacto se produjo en un sueño. Soñé con vos, aunque no te conozco.

El sueño fue así: de repente me encuentro en un aula muy parecida a las que había en el colegio donde hice la primaria. En realidad estaba frente a la puerta entreabierta del aula, y podía ver a algunos de mis compañeros que estaban dentro. A muchos de ellos los reconocí: eran compañeros del curso de cuento que hice el año pasado, como 15 años después de terminar la primaria. Debería ser ya la hora de irse a casa, porque estaban todos juntando los útiles dentro de sus cartucheras. Cuando ya casi todos se habían ido, noté que quedaba una cartuchera olvidada sobre unos de los bancos de madera. Le pregunté a la chica que se sentaba en el lugar de al lado, y me dijo "ah sí, se la olvidó, me parece que ya se fue".

Como ya casi no quedaba nadie, tomé la cartuchera y me propuse llevármela para devolverla a su dueño. Obviamente el problema era que no sabía de quién era. La abrí, y estaba llena de lápices de colores y fibras; había también un sacapuntas y una lapicera de esas que usan las chicas, rosa con dibujos de ositos blancos.

En ese momento sentí que me despertaba; mi visión del aula se borroneaba, viraba al blanco. Intenté desesperadamente llevarme algo, no perder para siempre todo eso, averiguar de quién era la cartuchera. Seguí revolviendo. Encontré tu goma de borrar. Era azul y roja. La dí vuelta. Tenía escrito tu apellido. Decía en birome azul sobre el fondo rojo "Bologni". Ví el techo de mi pieza.

Así que bueno, ya sabés. Si necesitás tu cartuchera avisame, que la tengo yo.

Un saludo,

Luciano

jueves, 26 de marzo de 2009

lunes, 19 de enero de 2009

Composición, tema: El ascensor


Hoy me puse a pensar sobre los ascensores, esas curiosas habitaciones móviles que pertenecen un poco al tercer piso y otro poco a la planta baja, es como si de repente uno quisiera ir al baño pero no estuviera ahí listo para ser usado, entonces se presiona un botón y el baño compartido por todo el edificio viene raudo y veloz al encuentro; preferentemente con olor a flores y a desodorante Poett en abundancia. De la misma manera podríamos compartir cocina, comedor y balcón, haciendo los departamentos mucho más interesantes arquitectónicamente. Y claro, si necesitáramos trasladarnos de un piso al otro, que es la verdadera función de estas cajas llenas de espejos y olores, sería mucho más grato utilizar la sala de estar o la biblioteca, y de paso chusmear los libros que las otras personas fueron guardando.

Una de las cosas que caracterizan a los ascensores son los temas de conversación, siendo el clima el preferido por la abrumadora mayoría. He conocido a mucha gente que, ansiosa por comentar el calor que hace o el frío que se viene con la tormenta, decide apagar el televisor y viajar desde un séptimo piso a la planta baja con la esperanza de encontrar una oreja que escuche estas importantísimas noticias. De este claro ejemplo resulta evidente el rol socializador de estos solitarios vagones verticales.

Hace un par de semanas nos quedamos encerrados entre dos pisos con 7 de mis compañeros de la oficina en el ascensor del edificio donde trabajamos. Intenté en todo momento hacer comentarios graciosos para que mantuvieran el buen humor y la calma, y también para que no surgiera el tema del clima. De otra manera, como estuvimos 15 minutos encerrados, seguramente luego de comentar el presente día y el fin de semana siguiente, nos habríamos puesto a hacer predicciones para los días más allá del fin de mes y gráficos de isotermas con el dedo sobre el espejo empañado. Inevitablemente para el momento del rescate hubiéramos tenido listo el pronóstico de la semana siguiente para las 20 principales ciudades del mundo, y una explicación totalmente revolucionaria acerca del microclima de la ciudad de Bariloche.

Por lo demás, cuando uno se sube y hay solamente gente que no conoce, no hace más que hacerse el sota y mantener el silencio sepulcral; la mirada va al vacío, es mirada de subte, que mira quizás hacia adelante pero sin ver nada; muchas veces mira al número, como si fuera de repente a marcar un piso intermedio o desconocido, casi rezando que el 2 rojo se dibuje en la pantallita.

El ascensor fue inventado por Arquímedes en el año 236 Antes de Cristo. Duración media del viaje: 17 segundos.

jueves, 1 de enero de 2009

Segundo año desorganizado

En el día de ayer se cumplieron 2 años del primer post de este humilde blog.
Este segundo año de vida se vio marcado por la baja frecuencia de posteo dados mis viajes a New York. De todas maneras, hubo algunas cosas del interés de la población:
Les agradezco a los que siguen leyendo y comentando.

Link al post equivalente del año pasado