viernes, 5 de febrero de 2010

Sin cables


Dice Tita que el día que empezaron a montar la antena en la terraza de la pensión hacía mucho calor, y que estábamos todos en el patio mirando y tomando helado. Yo no me acuerdo. Lo que sí me acuerdo es que al día siguiente, volviendo del trabajo, me sorprendí al ver el bonete de metal sobre el techo de la casa. Eso fue hace dos años, según los cálculos de Tita. Lo discutí con ella hasta que la fecha en las primeras recetas del médico lo confirmaron. Las recetas las encontré abajo de la pila de libros que tengo al lado de la cama, en la mesita de luz. Hay cinco libros. A veces leo antes de quedarme dormido. Los libros los voy rotando. Cuando termino el libro que está arriba de todo en la pila, lo pongo abajo y tomo el siguiente. Los libros son todos de colores distintos. El que estoy leyendo ahora es sobre delfines. Me gustan mucho las figuras de colores a doble página; tanto, que muchas veces salteo el texto y solamente me concentro en las figuras. Hay una muy linda, que siempre me quedo mirando por largo rato, de unos delfines malabaristas. Hacer malabarismos con unas pelotas blancas y rojas es su trabajo. A mí me gustaba mucho el mío. De eso me acuerdo bien. También me gusta mucho quedarme en mi habitación a leer libros tirado en la cama. Pero más me gustaba mi trabajo. Tenía una compañera de pelo muy rubio, que se llamaba Silvia. Tenía los ojos azules más lindos que ví en mi vida. Y a la tarde a veces me invitaba con un mate. Yo hacía muchas cuentas con una calculadora de esas que imprimen los resultados en un rollito de papel. Silvia no hacía cuentas. Atendía un teléfono que raramente paraba de sonar. A mí no me gusta hablar por teléfono. Pero a Silvia parecía gustarle. Siempre sonreía cuando hablaba con la gente que llamaba, y los trataba muy bien. Tita me dijo que la antena que hay en el techo sirve para que la gente hable por teléfono. Dice que hay gente que tiene teléfonos sin cables, y que los llevan a todos lados. A mí me cuesta creerlo. Pero una vez le ví al médico un teléfono con antenita en el cinturón. Era largo, macizo y gris. Los delfines son todos grises. El libro sobre delfines es amarillo y tiene el título escrito con letras negras. Los otros libros son de otros colores. No me acuerdo de qué trata el libro azul. Del verde oscuro me acuerdo que tiene unos dibujos de flores muy lindas en una de las páginas centrales. De los otros libros tampoco me acuerdo. Una vez Tita chocó la mesita de luz con una pierna y tiró todos los libros al piso. Yo me enojé mucho y le grité muy fuerte. Ella después me perdonó, porque es muy buena. Siempre me ayuda con la ropa y me trae la comida. Aunque no me gusta la comida que hace Tita. Me da la sensación de que siempre cocina lo mismo. Hoy me hizo milanesa con papas fritas. A mí me gusta más el puré. A Silvia le gustaba el pollo al horno. Cuando me pongo a pensar en ella, me doy cuenta de que la extraño mucho. También extraño mucho comer helado. Pero el médico no me deja salir, y Tita no me compra nunca. Ella ronca mucho a la noche. Lo sé porque yo casi nunca duermo. Pero no me importa no dormir. Cuando no duermo, leo los libros. Cuando me agarra el dolor de cabeza, no leo. Cuando Tita me trae la comida tampoco. Lo que menos me gusta de todo es el dolor de cabeza. Me agarra siempre más o menos a las tres de la tarde, y se me va a las cinco. El médico no sabe por qué me duele siempre a la misma hora. Yo tampoco sé. Me hace muchas preguntas, pero siempre se va con cara de preocupado y me receta muchos remedios. Yo a veces no tomo los remedios. Cuando no tomo los remedios, duermo menos. La mayoría de las veces tiro las pastillas por la ventana. Tita no se da cuenta porque ya no ve muy bien. Lo sé porque muchas veces le mostré figuras en los libros, y se nota que no las ve muy bien cuando se las señalo. Menos mal que yo veo bien. Eso siempre me ayudó en mi trabajo. Pero ahora no me dejan volver a trabajar. Cuando empecé a sentirme mal y a quedarme más en casa, en seguida me mandaron el telegrama de despido. Tita dice que lloré mucho cuando lo leí. Yo no me acuerdo bien de eso tampoco. Sí me acuerdo de que no hacía mucho que habían puesto la antena, y yo todavía no tenía los libros. Debe ser por eso que las primeras recetas quedaron abajo de la pila. Los libros me los compró Tita cuando me dejó de andar el televisor. Me acuerdo que la parte de arriba de la imagen se empezó a ver negra, y la mancha se siguió extendiendo hasta cubrir toda la pantalla. También hacía un ruido muy raro. A mí no me gustaba el ruido, y me hacía doler la cabeza. Aunque cuando dejó de andar el televisor, me siguió doliendo, siempre a la misma hora. Así que seguro no era el televisor. Pero a mí no me importa, porque me gusta mucho leer libros, y acordarme de Silvia. Con ella íbamos al cine a veces. Uno de esos días me animé a besarla. Tenía la boca muy húmeda y suavecita. Fue poco antes de tener que dejar el trabajo. Después de eso nunca más la ví. Muchas tardes pienso que a la salida del trabajo va a venir a visitarme, y la espero. Pero nunca viene. Igual yo leo mis libros, y en seguida me entretengo. Leo siempre, menos cuando me agarra el dolor de cabeza. Ahí es mejor cerrar los ojos bien fuerte, acurrucarse todo contra la almohada y esperar a que se vaya. El médico no me dijo que haga eso. Pero yo lo hago igual. Me doblo todo y espero a que se me pase, pero no se me pasa rápido. Tita a veces me ve en esa posición y se asusta, y me pide que me enderece. Yo no le hago caso. A veces Tita es muy molesta con algunas cosas. Pero la mayoría de las veces es muy buena. Yo le pregunté varias veces si la volvió a ver a Silvia por la calle. Ella dice que nunca más la vio. Yo le creo, porque Tita jamás me mentiría a mí. Además, me daría cuenta en seguida. Igual yo sé que me va a venir a visitar, porque nos besamos. Y la gente no se besa porque sí. A pesar de que ya pasó mucho tiempo, yo sé que cuando me mejore y vuelva a la oficina vamos a volver a estar juntos. Porque a ella le gustaba conversar conmigo, todo el día, y nunca nos cansábamos. Últimamente me siento muy cansado, hasta para discutir con Tita, o preguntarle por qué siempre cocina lo mismo. Me cuesta hablar de cualquier cosa. Así que leo los libros, y pienso. Me preparo para cuando el médico acierte con los remedios y yo me empiece a poner cada vez más fuerte, y pueda volver a salir a tomar un helado, y a la oficina, y a besar la boca de Silvia.