El día negro

Demonios, jirafas que me torturan con sus cosquillas. Mi ex novia. Vuelo y de repente, me despierto. Odio los sueños. Todos los sueños tienen algo de pesadilla.
Me siento y junto ánimos para bajar al Mundo. El mundo de las guerras, del amor, del laburo, de los amigos, de Londres, de Lanús, de Amsterdam y de Avellaneda.
Me visto con el traje gris de siempre. Es tarde para desayunar. Agarro unas cuantas galletitas a las apuradas y salgo a la calle.
Abro la puerta y afuera no es igual. El cielo es negro, y es de día. No hay estrellas, está el Sol de siempre. Pero hoy es negro el Sol también. Sólo un delgadísimo hilo de luz blanca lo distingue del resto del firmamento.
Tengo que llegar al trabajo, pero el aire me lo hace difícil. Está tejido de una mermelada suave y a la vez viscosa, sin gusto pero más densa que el aire de todos los días. Hace calor, mucho calor, y es culpa del aire. Y no estoy transpirando, no. Transpirar sería casi una bendición, y hoy nada es bendito.
Intento cruzar una calle y mis pies se pegan al piso... la calle es de brea hoy, negrísima brea. Llegar al otro lado me cuesta muchos minutos.
Me pregunto por la otra gente. Hay gente en las calles, mucha gente, pero nadie se aparta de la Masa, todos caminan juntos, y nadie habla. El silencio es total, salvo por el ruido del tráfico.
Los colectivos pasan llenos, tapizados por fuera de plateadas escamas de pescado.

Sí, me doy cuenta de que es sólo otro sueño, pero nunca voy a despertar. Voy a vivir mi tiempo restante acá.

Tomo el tren marrón de pesadas paredes de almendra y me preparo para el día de trabajo más difícil de mi vida.