sábado, 19 de abril de 2008
Humo en Buenos Aires
Vine a Buenos Aires por esta semana dentro de mi viaje a New York y me encontré con el humo que está cubriendo toda la ciudad y sus alrededores. No voy a hacer un megapost con fotos y videos del fenómeno, creo que ya hay suficientes en Clarín y La Nación... La verdad que lo que más me preocupa es la gente que camina por la calle. Hace como 4 o 5 días que no veo a nadie sonreír caminando por Buenos Aires. La verdad, es tristísimo. Me asusta un poco cómo pueda reaccionar la gente, que por ahora no se movilizó ni protestó ni nada; por lo general somos un pueblo propenso al estallido y esto es algo que nos afecta a todos. Quizás esto venga en los próximos días si la cosa no mejora.
No elegí una buena semana para volver, y ahora tendré que ver si el avión que me tendría que llevar de nuevo a New York hoy puede despegar... Deséenme suerte. Mientras tanto, alguien leyó el cuento que posteé esta semana acá abajo? Y péguenle una leída a "La Niebla", un cuento que escribí el año pasado, con algunos paralelismos con el fenómeno que nos acosa estos días.
martes, 15 de abril de 2008
Agujeros
Yo creo que todo el mundo está agujereado, que esto no es más que un queso gigante que los ratones no se comen porque no hay ratones tan grandes, y nada más. En mi casa, por ejemplo, hay un pequeño agujero justo debajo del caño de desagüe de la pileta de la cocina, y otro un poco más grande (casi tan ancho como mi dedo chiquito del pie, lo comprobé yo mismo) en mi pieza, al lado de donde pongo la caja con los juguetes; con la foca de peluche, el tigre con rueditas en las patas y la mantis hecha de alcaucil; y son iguales, ambos redondos y negros y todo agujeros.
El domingo pasado le mostré a Claudia este último agujero después de hacer el amor y desenredarme las sábanas de las piernas y le conté mi teoría mientras me sacaba algunos de sus cabellos de la boca, pero no me prestó atención. El diálogo la mayoría de las veces es un par de personas hablando cada una de un tema que considera interesante y la otra no, una pelea de fuerza bruta por hablar con otro de lo que a uno le incumbe. Y esa mañana era exactamente así; yo hablando sobre los agujeros y sus pormenores y ella exponiendo un tratado minucioso sobre la manera de descascararse el esmalte de uñas con el correr de las horas. Luego de las primeras escaramuzas, acepté su tema de conversación para que se fuera lo más rápido posible (y sin embargo no hay esmalte que aguante en los dedos del pie por más de 8 horas, y el de color morado dura mucho menos aún por causas que nadie llega a comprender del todo todavía). Y al fin se fue, recogiendo su tapado de piel a la apurada y (creo yo) luego de darse cuenta de mi apuro por que se fuera.
Si bien me es imposible saberlo a ciencia cierta, pienso que todos los agujeros están interconectados de alguna manera misteriosa y azarosa. Algunos seguramente son el comienzo de un larguísimo serpentear de vacío que surca la materia hasta llegar al Centro, un hueco no necesariamente equidistante de los millones de bocas, nexo entre los túneles, como una central telefónica de la nada. Si bien me gusta esta idea, sé que es mucho más probable que existan muchos centros, y que algunos túneles, los más importantes, van directamente de agujero a agujero. Quizás el agujero de mi pieza es el origen de un túnel que tiene una salida en Medellín (o Barranquilla, o Bogotá), y por eso hace tanto calor en esa pieza mientras que el resto de la casa es bastante más fría. Medellín, en la intimidad de mis pensamientos yo sé que es Medellín.
El jueves a la tarde, después de la siesta, me levanté de la cama y pegué mi cara a la pared fría para oler dentro del agujero de mi habitación, y adiviné un olor a café y a humo de ciudad, aunque me incliné por pensar que era el humo de unos cigarros bailando en un bar al ritmo de conversaciones espontáneas. Intenté escuchar lo que se hablaba del otro lado haciendo coincidir el vacío de mi oreja con el del agujero, pero no encontré más que un repiqueteo bastante espaciado en el tiempo, quizás un mensaje de alguien que del otro lado buscaba comunicarse. Preferí guardar prudencia y no contestar; simplemente me tomé el trabajo de anotar el patrón de golpe-silencio-golpe-golpe y compararlo luego con la clave Morse para ver si tenía sentido. Del análisis de dos horas de secuencia, surgió una cadena de letras aparentemente aleatorias, EWDDCTTCAFETTR, café, irremediablemente café, obviamente café. Estoy seguro de que es Medellín, aunque sé que a Claudia no le va a interesar, y se va a poner a hablar de canastas ni bien empiece a contarle. O de colores de alfombra (y ya tengo ensayada la respuesta: el marrón me parece adecuado, no, ése no, ése, el más claro).
La cuestión es que ayer me decidí a terminar con mi actitud tan testaruda y silenciosa y a finalmente dar señales de que hay alguien de este lado. En un primer momento pensé emitir yo también un mensaje en clave, por ejemplo WDCTANGODDM, o imitar un ladrido de perro, pero al final me decidí a vertir en el agujero unos pocos mililitros de líquido para estudiar la reacción del receptor en el otro extremo y continuar a partir de eso. Por supuesto que no podía ser cualquier líquido, así que en una tapita de Coca-Cola preparé una mezcla de jugo de uva, pelo de carpincho molido y canela; la revolví con la parte de atrás de un fósforo usado y la vacié en la boca del agujero, que la tomó sedienta como pocas.
Esperé muchas horas infructuosamente, mirando, escuchando, oliendo, pero solamente se veía el negro, se escuchaba el negro, se olía el café, el humo, la canela y la uva. Sentí el tiempo estirarse y me quedé dormido, y no recuerdo bien qué soñé (algo de unos elefantes, un chico con una amapola amarilla en la palma de la mano, y yo tenía zapatos de colores distintos).
Hoy a la mañana, luego de lograr despegar mis párpados, descubrí una finísima oruga asomándose muy tímidamente de entre las garras del pequeño abismo, y me quedé un rato mirando la pared, rascándome la nuca y pensando, intentando comprender qué me quiso decir mi compañero del otro lado. Probablemente el diálogo a través de los agujeros se parece bastante al oral, y a fin de cuentas estamos más solos de lo que pensamos, y podemos conversar tanto como la foca de peluche y la mantis de alcaucil una tarde fría de primavera.
El domingo pasado le mostré a Claudia este último agujero después de hacer el amor y desenredarme las sábanas de las piernas y le conté mi teoría mientras me sacaba algunos de sus cabellos de la boca, pero no me prestó atención. El diálogo la mayoría de las veces es un par de personas hablando cada una de un tema que considera interesante y la otra no, una pelea de fuerza bruta por hablar con otro de lo que a uno le incumbe. Y esa mañana era exactamente así; yo hablando sobre los agujeros y sus pormenores y ella exponiendo un tratado minucioso sobre la manera de descascararse el esmalte de uñas con el correr de las horas. Luego de las primeras escaramuzas, acepté su tema de conversación para que se fuera lo más rápido posible (y sin embargo no hay esmalte que aguante en los dedos del pie por más de 8 horas, y el de color morado dura mucho menos aún por causas que nadie llega a comprender del todo todavía). Y al fin se fue, recogiendo su tapado de piel a la apurada y (creo yo) luego de darse cuenta de mi apuro por que se fuera.
Si bien me es imposible saberlo a ciencia cierta, pienso que todos los agujeros están interconectados de alguna manera misteriosa y azarosa. Algunos seguramente son el comienzo de un larguísimo serpentear de vacío que surca la materia hasta llegar al Centro, un hueco no necesariamente equidistante de los millones de bocas, nexo entre los túneles, como una central telefónica de la nada. Si bien me gusta esta idea, sé que es mucho más probable que existan muchos centros, y que algunos túneles, los más importantes, van directamente de agujero a agujero. Quizás el agujero de mi pieza es el origen de un túnel que tiene una salida en Medellín (o Barranquilla, o Bogotá), y por eso hace tanto calor en esa pieza mientras que el resto de la casa es bastante más fría. Medellín, en la intimidad de mis pensamientos yo sé que es Medellín.
El jueves a la tarde, después de la siesta, me levanté de la cama y pegué mi cara a la pared fría para oler dentro del agujero de mi habitación, y adiviné un olor a café y a humo de ciudad, aunque me incliné por pensar que era el humo de unos cigarros bailando en un bar al ritmo de conversaciones espontáneas. Intenté escuchar lo que se hablaba del otro lado haciendo coincidir el vacío de mi oreja con el del agujero, pero no encontré más que un repiqueteo bastante espaciado en el tiempo, quizás un mensaje de alguien que del otro lado buscaba comunicarse. Preferí guardar prudencia y no contestar; simplemente me tomé el trabajo de anotar el patrón de golpe-silencio-golpe-golpe y compararlo luego con la clave Morse para ver si tenía sentido. Del análisis de dos horas de secuencia, surgió una cadena de letras aparentemente aleatorias, EWDDCTTCAFETTR, café, irremediablemente café, obviamente café. Estoy seguro de que es Medellín, aunque sé que a Claudia no le va a interesar, y se va a poner a hablar de canastas ni bien empiece a contarle. O de colores de alfombra (y ya tengo ensayada la respuesta: el marrón me parece adecuado, no, ése no, ése, el más claro).
La cuestión es que ayer me decidí a terminar con mi actitud tan testaruda y silenciosa y a finalmente dar señales de que hay alguien de este lado. En un primer momento pensé emitir yo también un mensaje en clave, por ejemplo WDCTANGODDM, o imitar un ladrido de perro, pero al final me decidí a vertir en el agujero unos pocos mililitros de líquido para estudiar la reacción del receptor en el otro extremo y continuar a partir de eso. Por supuesto que no podía ser cualquier líquido, así que en una tapita de Coca-Cola preparé una mezcla de jugo de uva, pelo de carpincho molido y canela; la revolví con la parte de atrás de un fósforo usado y la vacié en la boca del agujero, que la tomó sedienta como pocas.
Esperé muchas horas infructuosamente, mirando, escuchando, oliendo, pero solamente se veía el negro, se escuchaba el negro, se olía el café, el humo, la canela y la uva. Sentí el tiempo estirarse y me quedé dormido, y no recuerdo bien qué soñé (algo de unos elefantes, un chico con una amapola amarilla en la palma de la mano, y yo tenía zapatos de colores distintos).
Hoy a la mañana, luego de lograr despegar mis párpados, descubrí una finísima oruga asomándose muy tímidamente de entre las garras del pequeño abismo, y me quedé un rato mirando la pared, rascándome la nuca y pensando, intentando comprender qué me quiso decir mi compañero del otro lado. Probablemente el diálogo a través de los agujeros se parece bastante al oral, y a fin de cuentas estamos más solos de lo que pensamos, y podemos conversar tanto como la foca de peluche y la mantis de alcaucil una tarde fría de primavera.
jueves, 3 de abril de 2008
Posts útiles para la mujer y el hombre solteros: Cómo doblar las medias como lo hace tu mamá!
Con este post quiero inaugurar una serie de posts (que no serán consecutivos ni cercanos en el tiempo ni el espacio), para todas aquellas personas que vivieron con sus padres hasta una edad avanzada, y por lo tanto no tienen conocimiento acerca de cómo se hacen ciertas cosas básicas para la supervivencia del ser humano. Seguramente dentro de esta serie de posts estarán: cómo lavar la ropa en el lavarropas, cómo planchar la ropa, y como hacer la cama sin que te queden arruguitas (por favor, si alguien sabe cómo hacer esto, déjeme un comment acá abajo).
El tip de este post me lo dio el señor Hernán de nohaynadacomo durante nuestras últimas vacaciones en Rio. Con ustedes, un método muy sencillo para hacer ese bollito tan simpático que hace tu mamá con las medias, para que no las guardes así nomás en algún cajón. Atención porque viene con la explicación paso a paso y el video explicativo.
Primer paso (La estiradiiiiita): colóquense ambas medias pertenecientes al mismo par estiradas sobre una cama o superficie plana similar. Si están limpias y secas el procedimiento resultará más fácil.
Segundo paso (La apoyadura): apóyese una media (cualquiera de las dos) sobre la otra, ocultándola totalmente, como si se tratara de un eclipse de media.
Tercer paso (El arrolladito): enrróllense las medias desde abajo hacia arriba, hasta que el rollo llegue exactamente hasta la parte superior.
Cuarto paso: (La abollación): este es el paso mas complicado de explicar. Levántese el rollito sin desarmarlo. Tómese la boca de la media que quedó más abajo, y abrácese el conjunto por completo con ella, dando vuelta dicha media en el mismo acto. Mágicamente, el proceso habrá terminado!!
Y aquí está el video prometido:
Espero que haya sido de su interés. Nos vemos en la próxima entrega :)
El tip de este post me lo dio el señor Hernán de nohaynadacomo durante nuestras últimas vacaciones en Rio. Con ustedes, un método muy sencillo para hacer ese bollito tan simpático que hace tu mamá con las medias, para que no las guardes así nomás en algún cajón. Atención porque viene con la explicación paso a paso y el video explicativo.
Primer paso (La estiradiiiiita): colóquense ambas medias pertenecientes al mismo par estiradas sobre una cama o superficie plana similar. Si están limpias y secas el procedimiento resultará más fácil.
Segundo paso (La apoyadura): apóyese una media (cualquiera de las dos) sobre la otra, ocultándola totalmente, como si se tratara de un eclipse de media.
Tercer paso (El arrolladito): enrróllense las medias desde abajo hacia arriba, hasta que el rollo llegue exactamente hasta la parte superior.
Cuarto paso: (La abollación): este es el paso mas complicado de explicar. Levántese el rollito sin desarmarlo. Tómese la boca de la media que quedó más abajo, y abrácese el conjunto por completo con ella, dando vuelta dicha media en el mismo acto. Mágicamente, el proceso habrá terminado!!
Y aquí está el video prometido:
Espero que haya sido de su interés. Nos vemos en la próxima entrega :)
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