domingo, 29 de agosto de 2010

Los verdaderos nombres de los restaurantes chinos

Como muchos de ustedes saben, hace muchos años que me interesa la cultura japonesa, lo que me llevó el año pasado a ponerme a estudiar el idioma japonés. Esto a su vez me hizo aprender a reconocer letras chinas (dado que los japoneses usan algunas de ellas).

Así fue como una vez mirando un menú del restaurante chino "Recoleta Town" (al cual pedimos delivery siempre en el laburo y es muy bueno) reconocí en el nombre chino el caracter que significa "flor". Era obvio que ahí decía otra cosa. Así que me puse a buscar ese y otros casos, y aquí les dejo el resultado de la investigación.

Quiero aclarar que usé un diccionario chino y algunos amigos chinos que hice últimamente en lang-8 para las traducciones, pero que si alguien sabe más que yo y quiere corregirme, bienvenido sea.

Caso 1: Recoleta Town



Como les dije, con éste empezó todo. En este caso los caracteres que se ven arriba de todo son 丁香花园. "Flor" es el tercero, pero todo junto significa "El jardín de las lilas". O sea que es como un "Cabaña Las Lilas" versión china!
Resultado: el nombre real no tiene nada que ver con la versión en español.

Caso 2: Todos Contentos



Fui un par de veces y me gustó. Tienen manteles de papel con el horóscopo chino. El nombre de por sí es muy simpático, pero bastante dudoso. Los caracteres chinos que se ven en el centro son 大家樂. "大家" significa "todos", y "樂", contentos.
Resultado: en este caso los nombres sí se corresponden

Caso 3: Dragón Porteño



Claro, qué chance hay de que ahí diga porteño en algún lado? La realidad es que tampoco está el caracter de "dragón". Los caracteres son 巧味軒. Acá el diccionario no agrupa caracteres para formar otras palabras, así que nos tenemos que arreglar con el significado de los caracteres por separado. "巧" es "habilidoso", "味" es "gusto", y "軒" en este caso puede ser carroza, balcón o simplemente el apellido del dueño del restaurante (Xuan). O sea que sería una versión china de "El Buen Gusto". Ni dragón, ni porteño.
Resultado: el nombre real no tiene nada que ver con la versión en español

Si tienen algún otro caso más que les guataría investigar, pasen una foto y lo hacemos. De paso les dejo este link: cuidado cuando se hagan un tatuaje con caracteres chinos o de cualquier otro idioma que no dominen!

miércoles, 4 de agosto de 2010

Atardeceres


10 de Febrero

Lo estuve pensando varios días y no da para más: me harté de la ciudad. Entre el ruido del tránsito, los accidentes, la falta de lugar y las interrupciones, no puedo trabajar. Siempre me llama alguien por teléfono, o se lastima el nene de abajo y grita como un descosido, o me cortan el agua y no puedo bañarme. Por la calle la gente me choca a cada rato. Me salió un sarpullido en todo el brazo que me pica constantemente y no paro de rascarme. Ya varias veces me dieron ganas de irme pero al mismo tiempo que lo consideraba, la tensión aflojaba un poco y me terminé quedando más de lo debido. También me decidí a empezar a escribir este diario con la plena confianza de que la tranquilidad se va a poder evidenciar en mis palabras escritas. Seguro me va a dar gracia volver a leer esto en un tiempito, ya calmo y trabajando en lo que más me gusta. Me voy a dormir muy contento con mi decisión.

11 de febrero

Llamé a mi hermana mayor para pedirle las llaves de la casa del campo. Contrariamente a lo que pensaba, no me hizo ningún escándalo; solamente le pareció medio raro que me vaya a vivir tan lejos, aislado de la ciudad. A la tarde pasé por su casa. No hablamos mucho más, me dio las llaves y unas tortas fritas para que comiera en el viaje. Me dijo que seguramente me darían ganas de volver luego de relajarme un poco. La verdad es que quizás tenga razón, pero ahora todo lo que me importa es irme, aflojar las tensiones, pintar.

12 de febrero

El viaje fue largo pero ya en el tren sentí que la calma y el sentimiento de aventura empezaban a apoderarse de mí. Me siento joven, listo para salir corriendo. Me traje solamente la ropa, un caballete, los óleos, unos pocos lienzos y el talco para pies, que me hace mucha falta. En la estación nadie me reconoció (por suerte). Le pedí a un paisano que andaba en sulky que me alcance, y le tiré unos pesos de propina. La casa está más o menos como la recordaba de la niñez. Quizás un poco más sucia y con el pasto crecido (el casero solamente viene una vez cada dos meses a cortarlo y limpiar un poco). Me tomé un té que encontré en la alacena de la cocina y ahora me voy a dormir.

13 de Febrero

Es increíble cómo se duerme en el campo. El silencio que hay por la noche es total. A la mañana me desperté con el cantar de los gallos y los pajaritos y fue muy natural. Como si dormir significara esto y no lo otro que hacía en mi departamento.

Hoy fui a buscar víveres al pueblo. Carne, arroz, algunas verduras que no crecen en el huerto, querosene para la heladera, velas. Volví a casa, dejé todo y me fui a pasear por el campo. Es increíble lo hermoso que es. Lleno de pastizales altos, girasoles, plantaciones de maíz y otros cultivos. Todo amarillo. Volví cansado pero lleno de ganas de ponerme a trabajar. Decidí que voy a pintar en el campo, al rayo de sol. No me va a venir mal para sacarme el color blanco que tengo.

Me encanta esto de escribir a la luz de la vela. Ya tengo mejor el brazo.

14 de Febrero

Hoy fue mi primer día de trabajo en el campo. Planté el caballete en la tierra, en medio del cultivo. Lo aseguré con unas piedras y tierra amontonada para que no se mueva mucho al pintar. Estuve unas dos horas bocetando antes de pasar a los óleos. Me enfoqué principalmente en la plantación de girasoles que hay alrededor de la casa. El sol se iba poniendo hacia el centro de la escena, así que también lo incorporé. La casa se robó un pedacito de lienzo sobre la izquierda. Después de delinear la idea original, empecé a colorear. Todavía no hacía mucho de eso cuando escuché a unos cuervos pasando por arriba de donde estaba apostado. Un cuervo se desprendió de la bandada y se paró sobre el caballete. Se quedó mirándome fijo unos segundos (vaya uno a saber qué pensaba el bicho). Estábamos tan cerca que me pude ver reflejado en sus ojos negros. Al rato pegó un grito y salió volando a unirse de vuelta con el resto. Menos mal que no llegó a estropearme nada.

Pintando ahí me siento un poco planta. Cuando sopla el viento y estoy muy entretenido con el pincel en la mano siento que me inclino un poquito, casi como un junco o una espiga de trigo.

La pintura me va quedando bien, pero todavía le falta un poco. Mañana seguramente decida si la sigo o empiezo otra cosa.

Recién comí un guiso con sobras de cosas de los días anteriores. En un rato apago la vela y me duermo. Voy a dormir muy bien luego del trabajo de hoy. Se siente el cansancio.

15 de febrero

Hoy me desperté muy tarde; por cómo entraba la luz del sol por la ventana calculo que ya era mediodía. Me sentía medio raro; cuando intenté incorporarme me dí cuenta de que tenía fiebre. Evidentemente me hizo mal tanto sol de golpe. Estuve bastante descuidado con eso. Tengo mucha sed. Ya me tomé más de la mitad del agua que había juntado del pozo ayer. Cuando baje el sol voy a ir a buscar un poco más para tener para la noche. No tengo hambre. No doy más del dolor de cabeza.

Ahora me acabo de despertar de una siesta y no sé qué hora es. Todavía tengo mucha fiebre. Cuando cierro los ojos, veo figuras borrosas de colores sobre el fondo negro. A veces se me hace que es una enfermera, o un topo. No pienso ir a buscar agua. Voy a esperar hasta mañana a ver cómo me siento. Me tomé lo que me quedaba de agua en la botella.


18 de febrero

Puse 18 por poner un número, pero no estoy seguro de qué día es. Con el asunto de la fiebre perdí un poco la noción del tiempo y acá no tengo ni radio ni nada para fijarme. Poco importa, la verdad. Fui varias veces a buscar agua al pozo y en seguida me metí de vuelta en la cama. Me hice una sopa y terminé el pan que había comprado en el pueblo; casi no tuve apetito. Por suerte ya me siento mejor. Seguramente mañana después de ir a comprar algo más de comida me ponga a trabajar de nuevo. No escribo más porque tengo miedo de que me vuelva el dolor de cabeza.

19 de febrero

De vuelta la incertidumbre por la fecha, pero dejémoslo ahí, que hay otras cosas mejores que contar (¿a quién? ¿a mí mismo en el futuro?). Hoy volví a pintar. Al mediodía sentí el sol como un dolor persistente en la parte de arriba de la cabeza. Puede sonar medio raro, pero lo aguanté porque sentí al mismo tiempo que el dolor una calma grandísima; como si recibiera la energía solar y la guardara adentro mío. Quizás sean delirios de la fiebre. El cuadro lo tengo muy avanzado. Menos mal que traje varios pomos de amarillo, rojo, verde, marrón. Formé unos ocres hermosos para el campo y apenitas si usé el gris para las paredes de la casa (como lo usaba mucho en la ciudad me traje varios pomos de gris también, pero ahora me parece que me van a sobrar). Me pareció un poco solitaria la imagen, así que me agregué a mí mismo a la derecha de la escena, como tirando semillas por el campo. Creo que dentro de todo quedó armoniosa la adición.

A la tarde pasaron los cuervos de vuelta y creí reconocer al que me visitó el primer día, pero ninguno bajó. Tengo el brazo curado casi del todo.

20 de febrero

Hoy me pasó algo rarísimo mientras pintaba: me sentí mareado de un momento a otro y me desmayé. Es la primera vez que me pasa en la vida. Mientras estaba inconsciente, me parece que soñé con la enfermera y el topo. Cuando me desperté, ya era de nochecita. Junté todo contento de que no se hubiera largado a llover, porque sino se me hubiera arruinado el trabajo de varios días. Me vine a casa y me acosté directamente sin comer (solamente tomé bastante agua. Cada vez tengo más sed). Estuve pensando mucho en el sueño, en si tendrá algún significado. Ya casi no me queda vela y no voy a prender otra. A dormir.

21 de febrero

O el día que sea. Hoy tomé el desmayo con naturalidad. Empezó antes del mediodía. Lo sentí llegar como la primera vez; como un mareo, una borrachera súbita. Como una vibración del paladar. Duró mucho más que la otra vez. No soñé, o no me acuerdo qué soñé. Cuando me desperté, estaba abrazado a unas plantas, y me picaban muchísimo los pies. Debe ser que no estuve usando el talco. También tenía unos botones de la camisa colgando. Me imaginé que el cuervo del otro día volvió a bajar y le llamaron la atención, brillando al sol. Ni ganas de coserlos. Tuve que volver a la casa en penumbras, me costó bastante ubicarme.

27 de febrero

Vuelvo a casa luego de varios días (imagino que unos 5 o 6; imposible saber a ciencia cierta). Me desmayé pintando y me desperté varias veces, pero me era imposible incorporarme. Traté de calcular la hora a partir de la posición del sol. Me extrañó que la segunda vez que me desperté fuera más temprano que la primera (lo atribuí a un error de mi mente delirante). Lo flaco de mi abdomen me indicó que en realidad había pasado más de un día. No tuve hambre ni sed. El cuadro está muy avanzado, me quedan pocas cosas para terminar. Me pregunto si lo terminaré antes de volver a desmayarme; también si van a durar más a partir de ahora los desmayos. Reconozco que es un poco raro, pero no me importa volver a la inconsciencia o al sueño de la enfermera y el topo. Me gustaría terminar el cuadro y seguir descansando, ya sea en esta cama o tirado entre las plantas, sintiendo a lo lejos los gritos de los cuervos que pasan todas las tardes a la misma hora y seguramente me miran curiosos desde lo alto.

viernes, 5 de febrero de 2010

Sin cables


Dice Tita que el día que empezaron a montar la antena en la terraza de la pensión hacía mucho calor, y que estábamos todos en el patio mirando y tomando helado. Yo no me acuerdo. Lo que sí me acuerdo es que al día siguiente, volviendo del trabajo, me sorprendí al ver el bonete de metal sobre el techo de la casa. Eso fue hace dos años, según los cálculos de Tita. Lo discutí con ella hasta que la fecha en las primeras recetas del médico lo confirmaron. Las recetas las encontré abajo de la pila de libros que tengo al lado de la cama, en la mesita de luz. Hay cinco libros. A veces leo antes de quedarme dormido. Los libros los voy rotando. Cuando termino el libro que está arriba de todo en la pila, lo pongo abajo y tomo el siguiente. Los libros son todos de colores distintos. El que estoy leyendo ahora es sobre delfines. Me gustan mucho las figuras de colores a doble página; tanto, que muchas veces salteo el texto y solamente me concentro en las figuras. Hay una muy linda, que siempre me quedo mirando por largo rato, de unos delfines malabaristas. Hacer malabarismos con unas pelotas blancas y rojas es su trabajo. A mí me gustaba mucho el mío. De eso me acuerdo bien. También me gusta mucho quedarme en mi habitación a leer libros tirado en la cama. Pero más me gustaba mi trabajo. Tenía una compañera de pelo muy rubio, que se llamaba Silvia. Tenía los ojos azules más lindos que ví en mi vida. Y a la tarde a veces me invitaba con un mate. Yo hacía muchas cuentas con una calculadora de esas que imprimen los resultados en un rollito de papel. Silvia no hacía cuentas. Atendía un teléfono que raramente paraba de sonar. A mí no me gusta hablar por teléfono. Pero a Silvia parecía gustarle. Siempre sonreía cuando hablaba con la gente que llamaba, y los trataba muy bien. Tita me dijo que la antena que hay en el techo sirve para que la gente hable por teléfono. Dice que hay gente que tiene teléfonos sin cables, y que los llevan a todos lados. A mí me cuesta creerlo. Pero una vez le ví al médico un teléfono con antenita en el cinturón. Era largo, macizo y gris. Los delfines son todos grises. El libro sobre delfines es amarillo y tiene el título escrito con letras negras. Los otros libros son de otros colores. No me acuerdo de qué trata el libro azul. Del verde oscuro me acuerdo que tiene unos dibujos de flores muy lindas en una de las páginas centrales. De los otros libros tampoco me acuerdo. Una vez Tita chocó la mesita de luz con una pierna y tiró todos los libros al piso. Yo me enojé mucho y le grité muy fuerte. Ella después me perdonó, porque es muy buena. Siempre me ayuda con la ropa y me trae la comida. Aunque no me gusta la comida que hace Tita. Me da la sensación de que siempre cocina lo mismo. Hoy me hizo milanesa con papas fritas. A mí me gusta más el puré. A Silvia le gustaba el pollo al horno. Cuando me pongo a pensar en ella, me doy cuenta de que la extraño mucho. También extraño mucho comer helado. Pero el médico no me deja salir, y Tita no me compra nunca. Ella ronca mucho a la noche. Lo sé porque yo casi nunca duermo. Pero no me importa no dormir. Cuando no duermo, leo los libros. Cuando me agarra el dolor de cabeza, no leo. Cuando Tita me trae la comida tampoco. Lo que menos me gusta de todo es el dolor de cabeza. Me agarra siempre más o menos a las tres de la tarde, y se me va a las cinco. El médico no sabe por qué me duele siempre a la misma hora. Yo tampoco sé. Me hace muchas preguntas, pero siempre se va con cara de preocupado y me receta muchos remedios. Yo a veces no tomo los remedios. Cuando no tomo los remedios, duermo menos. La mayoría de las veces tiro las pastillas por la ventana. Tita no se da cuenta porque ya no ve muy bien. Lo sé porque muchas veces le mostré figuras en los libros, y se nota que no las ve muy bien cuando se las señalo. Menos mal que yo veo bien. Eso siempre me ayudó en mi trabajo. Pero ahora no me dejan volver a trabajar. Cuando empecé a sentirme mal y a quedarme más en casa, en seguida me mandaron el telegrama de despido. Tita dice que lloré mucho cuando lo leí. Yo no me acuerdo bien de eso tampoco. Sí me acuerdo de que no hacía mucho que habían puesto la antena, y yo todavía no tenía los libros. Debe ser por eso que las primeras recetas quedaron abajo de la pila. Los libros me los compró Tita cuando me dejó de andar el televisor. Me acuerdo que la parte de arriba de la imagen se empezó a ver negra, y la mancha se siguió extendiendo hasta cubrir toda la pantalla. También hacía un ruido muy raro. A mí no me gustaba el ruido, y me hacía doler la cabeza. Aunque cuando dejó de andar el televisor, me siguió doliendo, siempre a la misma hora. Así que seguro no era el televisor. Pero a mí no me importa, porque me gusta mucho leer libros, y acordarme de Silvia. Con ella íbamos al cine a veces. Uno de esos días me animé a besarla. Tenía la boca muy húmeda y suavecita. Fue poco antes de tener que dejar el trabajo. Después de eso nunca más la ví. Muchas tardes pienso que a la salida del trabajo va a venir a visitarme, y la espero. Pero nunca viene. Igual yo leo mis libros, y en seguida me entretengo. Leo siempre, menos cuando me agarra el dolor de cabeza. Ahí es mejor cerrar los ojos bien fuerte, acurrucarse todo contra la almohada y esperar a que se vaya. El médico no me dijo que haga eso. Pero yo lo hago igual. Me doblo todo y espero a que se me pase, pero no se me pasa rápido. Tita a veces me ve en esa posición y se asusta, y me pide que me enderece. Yo no le hago caso. A veces Tita es muy molesta con algunas cosas. Pero la mayoría de las veces es muy buena. Yo le pregunté varias veces si la volvió a ver a Silvia por la calle. Ella dice que nunca más la vio. Yo le creo, porque Tita jamás me mentiría a mí. Además, me daría cuenta en seguida. Igual yo sé que me va a venir a visitar, porque nos besamos. Y la gente no se besa porque sí. A pesar de que ya pasó mucho tiempo, yo sé que cuando me mejore y vuelva a la oficina vamos a volver a estar juntos. Porque a ella le gustaba conversar conmigo, todo el día, y nunca nos cansábamos. Últimamente me siento muy cansado, hasta para discutir con Tita, o preguntarle por qué siempre cocina lo mismo. Me cuesta hablar de cualquier cosa. Así que leo los libros, y pienso. Me preparo para cuando el médico acierte con los remedios y yo me empiece a poner cada vez más fuerte, y pueda volver a salir a tomar un helado, y a la oficina, y a besar la boca de Silvia.

miércoles, 6 de enero de 2010

Inscripciones japonesas en el subte de Buenos Aires


Un día, viajando en la línea C del subte con mi amigo Gabriel (que ahora casualmente está viviendo en la mejor ciudad del mundo, Tokio), notamos que en el marco de una de las ventanas alguien había hecho un scratchitti de letras japonesas. Yo por ese entonces no había empezado a estudiar japonés todavía, pero me llamó la atención. Él sí ya entendía, y me lo leyó. El hecho me llamó la atención porque nuestros trenes fueron traídos de Japón (sabido es que allá son considerados obsoletos y acá los usamos todos los días como si nada); de hecho es común ver los carteles que dicen "禁煙 - No smoking", así que seguramente ese escrito fue hecho por alguien en Japón y viajó con el resto del tren hasta Buenos Aires.

A partir de ese día reviso los marcos de las ventanas para ver si encuentro alguna otra cosa (y de paso ver si entiendo algo). El otro día encontré un par y como tenía la cámara encima, saqué unas fotos para compartir con ustedes.


En la primer imagen se ven distintos caracteres (kanji y katakana), que por la superposición no puedo leer del todo. Lo más claro son los dos kanji que se ven bien contra el marco, al centro: 高校, que significa "secundaria alta" (seguramente arriba debe decir el nombre del colegio).


En la segunda imagen la mayoría son kanji, pero están muy poco claros (la superficie es medio curva y seguramente el movimiento del tren no ayudaba). Pero se lee claramente sobre la derecha, en Inglés, "I Love AKIRA, From KIM!!". Imposible saber si se refiere a la película o a alguien llamado así.

Cuando veo estas cosas me gusta pensar sobre los autores de las inscripciones. Se habrán imaginado, allá lejos en el tiempo, que alguien en Argentina iba a leer lo que escribían? Si se enteran de esto, empezarán a dejarnos mensajes desde ahora en los trenes que usan actualmente allá?

Si prestan atención en su próximo viaje, quizás descubran más inscripciones como estas. No duden en mandarme sus descubrimientos!

domingo, 3 de enero de 2010

Tercer año de recursividades desorganizacionales

Al igual que en el primer aniversario y en el segundo aniversario de este humilde blog, no puede faltar el post recordatorio por el tercer aniversario!
La verdad que 3 años de vida es un montón para un blog, y si bien casi no posteo últimamente hubo algunos hechos a destacar durante los últimos 12 meses. A saber:
Muchas gracias a todos por seguir leyendo. El desafío para el año que empieza es que en el 2010 haya más posts que en el 2009. Adelante entonces!

domingo, 15 de noviembre de 2009

Traducción


Niña que perdiste tu sombrero en la vía,
Por favor, no llores, no te aflijas.
Sabemos lo que hizo el viento desalmado,
Pero el guarda te va a ayudar
Con su herramienta larga para agarrar sombreros
Desde la negra viga en donde están parados
Antes de que el tren lo mutile para siempre.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Calzoncillos y capitalismo


Entonces la marca de ropa interior masculina usada por la mayoría de los hombres decide achicar considerablemente y sin previo aviso el tamaño de sus talles de slips para reducir costos (lo que es la crisis). Como la mayoría de los hombres no compra su ropa interior, ya que de eso por lo general se ocupan sus madres, esposas o hijas (vaya uno a saber por qué), y ellas compran por número de talle, el cambio pasa desapercibido hasta que por la calle Florida no se puede caminar por la larga hilera de gordos pelados de bigote (y otros sin) que caminan lentamente, como constipados luego de comerse un asado completo. Claro que se quejan con sus mujeres y ellas van con modelos anteriores a las casas de ropa interior, y les compran uno o dos talles más pagando la diferencia, con tal de que ellos estén más cómodos.

La crisis, como todo, pasa. Y al cambiar el director de la fábrica, el nuevo (Romualdo Ramírez, tradicionalista, colecciona estampillas) decide volver al sistema de talles anterior sin tampoco avisar a nadie fuera de la empresa. Lo que esperablemente genera un aumento desmedido de rayas del culo visibles en plomeros que se agachan a arreglar cañerías de cocina, instaladores de cable y otras profesiones que se desarrollan con las rodillas dobladas. Muchos de los gordos antes apesadumbrados descubren un nuevo nivel de comodidad, y en algunas provincias particularmente calurosas aumenta el uso de Empecid. Y así funciona el mundo capitalista.

sábado, 4 de julio de 2009

Destruyamos nuestros despertadores cada 6 meses!


Siempre odié a mis relojes despertadores. He tenido que cambiarlos unas diez veces porque mis apagadas violentas hicieron que los estrellara contra el piso y dejaran de funcionar. En plena vigilia, me resulta cómico recordarme tirando manotazos ciegamente, como intentando matar alguna cucaracha. Pero esta semana sufrí tanto al que tengo ahora (es uno de esos que aceleran y suben el volumen cada vez más) que me inspiró a escribir esto. Es una actividad que se me ocurre muy terapéutica y relajadora.


Paso a paso, sería así:

- Vayan a donde sea que compren sus despertadores y compren uno nuevo, que haga bastante quilombo. Lo van a necesitar más tarde.
- De vuelta en sus casas, vayan a sus piezas y tomen el despertador que tanto les hincha las pelotas a la mañana. Llévenlo hacia la mesa de la cocina y pónganlo más o menos en el centro.
- Busquen un martillo bien pesado; puede ser una maza también (aunque es más peligrosa para la mesa).
- Hagan que el despertador suene y empiecen a darle martillazos sin asco. Griten de manera tal que los gritos tapen el sonido del despertador hasta que ya no sea necesario gritar más porque haya callado para siempre.
- Junten los pedazos que hayan quedado por ahí (al menos los más grandes) y tírenlo a la basura con la solemnidad del caso.
- Pongan el despertador que compraron en el primer paso en el lugar del anterior.
- Repitan el proceso cada 6 meses.

Por la naturaleza de estas máquinas del demonio, imagino que si las piezas más chiquitas quedan tiradas por el piso, cuando andemos en medias por la cocina nos las vamos a clavar en la planta del pie durante meses y meses. Así que recomiendo una limpieza exhaustiva del lugar del hecho. Piensen cuánto mejoraríamos como personas si todos hiciéramos esto!

lunes, 29 de junio de 2009

Japonés, Japón y orgullos contraproducentes


Luego de muchos años de mirar anime subtitulado y leer manga traducido, me puse a estudiar Japonés. Me fijé en la página de la embajada japonesa en Argentina qué lugares había y me terminé inclinando por el Centro Nikkei Argentino (en la calle Bulnes, cerca del Abasto Shopping).

Esto de empezar a estudiar formalmente me hizo dar cuenta de algo que quería compartir con ustedes. Durante estos años de aficionado al anime aprendí un montón de palabras y frases, lo que me provocó cierto orgullo por haberlas aprendido "por mi cuenta", pero por otro lado me impedía sentarme a estudiar formalmente (dado que sentía que se perdía el encanto de ser autodidacta). Inconscientemente me estaba poniendo una barrera a mí mismo para progresar. Me dí cuenta un poco tarde, pero ya empecé y estoy muy contento :). Creo que sería positivo que todos piensen si no tienen esta clase de barreras que muchas veces nos perjudican.

Esto del idioma vendrá acompañado de una visita al país del sol naciente en unos meses, pero de eso ya habrá otros posts con fotos bizarras, por supuesto.

Saludos a todos!

domingo, 31 de mayo de 2009

Josecito


Me vine a vivir a Rio de Janeiro hace unos años. Antes de mudarme había venido de visita dos veranos seguidos, y me fui enamorando de la ciudad caliente y exuberante. Y si bien me encanta pasar el día en la playas de Barra de Tijuca, una de las cosas que más me gustan es caminar de noche por las calles oscuras del Centro. Luego de cenar una feijoada o pescado frito en algún restaurante de comida a kilo, me vuelvo a casa, me empilcho y agarro para el lado del barrio de Flamengo, donde el calor de la noche se funde con el olor a pis que brota de la vereda blanca y negra como si fuera el alma de la ciudad.

Fue en una de esas noches de caminata solitaria que me sorprendió ver un amontonamiento de gente en uno de los tantos callejones sin salida. Desde la bocacalle vi a unas 40 personas rodeando algo que no pude divisar. La gente aplaudía asombrada a cada rato. La escena estaba iluminada por una luz roja que la oscuridad devoraba a unos pocos metros. Me costó abrirme paso hasta llegar a ver, bajo la axila de un negro muy alto, lo que todos estaban admirando: un chico sentado en el piso, acompañado de su padre, quien le daba órdenes desde una silla de mimbre. Sobre el piso, había algunos objetos: una goma de borrar, un lápiz, una tapita de gaseosa.

El padre calló con un gesto a la multitud. A los gritos, anunció que Josecito daría paso al número central del espectáculo de esa noche (El nombre del chico y una banderita en la silla me revelaron que eran uruguayos). Seguidamente le indicó al chico algunas cosas en voz baja, que no logré entender. Josecito no parecía dispuesto a seguir las órdenes de su padre, hasta que la amenaza de un cachetazo pareció convencerlo de repente. La gente les tiró algunas monedas adentro de un sombrero gastado que habían puesto en el piso. El chico cerró sus ojos y de su garganta comenzó a surgir un ruido que fue elevando mi miedo y mis ganas de ver qué pasaría a continuación. Unos pocos segundos más tarde, no pude creer lo que veía: la goma, el lápiz y la tapita se despegaron del suelo. Primero muy lentamente, como si les costara; pero luego ganaron unos cuantos centímetros más, y comenzaron a bailar alrededor de la cabeza de Josecito, que seguía con los ojos cerrados y haciendo ruidos distintos con su garganta. La gente no salía de su asombro. Un par de señoras empezaron a declarar a los gritos que el chico estaba poseído por demonios, y fueron inmediatamente apartadas por el resto de los espectadores, que estaban más interesados en seguir mirando el espectáculo que por la posible maldad que pudiera contener.

Al cabo de unos pocos minutos, Josecito se calló y los objetos perdieron vida, volviendo al lugar en el piso que ocupaban originalmente. Pero eso no es lo único que pasó. Una sensación de frío extremo recorrió todo mi cuerpo, a pesar de que era Febrero y la noche era muy calurosa. Miré a mi alrededor. Se adivinaba la misma sensación en el resto de los espectadores. Desde su posición, Josecito nos miraba con sus ojos tristes. No había duda: él nos estaba haciendo sentir ese frío.

La mayoría de los espectadores huyeron despavoridos. En ese momento, un hombre gordo, de traje gris y sombrero se acercó al padre, que ya miraba al pobre chico como con ganas de castigarlo por lo que estaba haciendo. Aparentemente era un hombre del espectáculo, y le ofreció pagarle mil reales diarios a cambio de los trucos del chico si lograba pasar una prueba, que calificó de "muy sencilla": tenía que levantar la silla de mimbre por lo menos 30 centímetros.

El padre no lo dudó ni un segundo. En seguida se paró y corrió la silla para que quedara frente a Josecito y le ordenó que la levantara usando el mismo truco. Josecito se negó. Y esta vez parecía totalmente resuelto a no acceder por ningún medio a realizar el truco. Entonces el padre metió la mano en el bolsillo y sacó un pedazo de cuero todo roto, que amenazaba usar como látigo. Vi la cara de asustado del pobre chico, que me miró como pidiéndome que lo salvara. Yo estaba paralizado por la escena misma, así que no pude hacer nada. Con resignación, volvió la vista hacia su padre y asintió con un movimiento rápido y resignado de su cabeza.


Se arrodilló frente a la silla, con los ojos cerrados. Volvió a hacer el ruido fuerte con la garganta. La silla empezó a agitarse en su lugar. El ruido se escuchaba cada vez más fuerte. La silla se despegó del suelo unos pocos centímetros. El tipo de traje se frotó las manos. El padre sonreía excitado. Vi las gotas de sudor en la frente de Josecito. La cabeza le temblaba como un sonajero. De repente, abrió los ojos. No me alcanzan las palabras para describir lo que vi dentro de ellos. La silla se rompió en pedazos en el aire, y él cayó de frente contra el suelo. Hubo un instante de silencio total. El padre quedó paralizado. El señor de traje gris se fue, como haciéndose el distraído. Yo me escapé corriendo, con un miedo terrible.

La otra noche volví a pasar por el callejón donde murió Josecito. No había nadie. Lo único que quedó de él es un pedazo de vereda quemada.

domingo, 10 de mayo de 2009

El tren

Todos los días es igual: uno se levanta de la cama con las esperanzas renovadas y cree de repente en el amor entre todos los seres humanos; es capaz de tomarse un té. Lo termina y agarra unas galletitas al vuelo para no llegar más tarde al trabajo, solamente para comprobar al cabo de unos 5 o 10 minutos la verdad inapelable: que la gente sigue empujando en el tren.

Intente usted bajarse en la estación en donde termina su viaje, y no lo logrará, salvo que sea la estación terminal. La masa de carne, uñas, pelo y huesos que le impide bajar es cómplice de la que intenta subir, y de nada sirve el pedido de "permiso", o "permiso, por favor": solamente haciéndose partícipe del empujamiento podrá usted evitar bajar en la estación siguiente.

No faltó oportunidad en la cual intenté educar a algunos de los individuos que me trataron de impedir la escapatoria en la estación elegida; lo máximo que conseguí fue una mirada de indiferencia, cuando no un insulto, o una escupida con olor a caramelo de menta.

Luego de comentar el tema con mis conocidos, llegamos a la conclusión de que tratar de acceder de manera racional al problema es inútil: si en el mejor caso el obstáculo acepta el reclamo hecho y se convierte al lado bueno del problema, otra persona estará ahí, lista para reemplazarlo al día siguiente; y con ella seguramente no tendremos tanta suerte. De esto podemos deducir que la gente que empuja en el tren y no deja bajar proviene seguramente de un barrio oscuro y lúgubre (los faroles siempre apagados por la noche, las calles cubiertas por un toldo de día para que no llegue la luz del Sol, los perros sucios y moribundos, las paredes de las casas cubiertas de una sustancia viscosa, las veredas de madera podrida); o tal vez solamente de una organización dedicada especialmente a hacer más tediosas las idas y venidas del trabajo.

Afortunadamente para nuestras esperanzas, durante el día uno charla con un buen compañero de trabajo, un familiar o un amor y queda listo para enfrentar algún otro viaje, leerse una revista o comerse unas Criollitas con dulce de leche. Y así es como uno siente que le gana la pelea a la gigantesca babosa.

domingo, 5 de abril de 2009

Carta a la señorita Bologni

Hola,

Me hubiera gustado comenzar saludándote por tu nombre, pero no estoy seguro de saberlo. "Hola Andrea" hubiera sido un comienzo mucho mejor (nunca voy a entender de dónde saqué el nombre Andrea, probablemente lo inventé como forma agradable de completar tu apellido, "Andrea Bologni" suena bien). Con vos me pasó algo que ya me había pasado. Nuestro contacto se produjo en un sueño. Soñé con vos, aunque no te conozco.

El sueño fue así: de repente me encuentro en un aula muy parecida a las que había en el colegio donde hice la primaria. En realidad estaba frente a la puerta entreabierta del aula, y podía ver a algunos de mis compañeros que estaban dentro. A muchos de ellos los reconocí: eran compañeros del curso de cuento que hice el año pasado, como 15 años después de terminar la primaria. Debería ser ya la hora de irse a casa, porque estaban todos juntando los útiles dentro de sus cartucheras. Cuando ya casi todos se habían ido, noté que quedaba una cartuchera olvidada sobre unos de los bancos de madera. Le pregunté a la chica que se sentaba en el lugar de al lado, y me dijo "ah sí, se la olvidó, me parece que ya se fue".

Como ya casi no quedaba nadie, tomé la cartuchera y me propuse llevármela para devolverla a su dueño. Obviamente el problema era que no sabía de quién era. La abrí, y estaba llena de lápices de colores y fibras; había también un sacapuntas y una lapicera de esas que usan las chicas, rosa con dibujos de ositos blancos.

En ese momento sentí que me despertaba; mi visión del aula se borroneaba, viraba al blanco. Intenté desesperadamente llevarme algo, no perder para siempre todo eso, averiguar de quién era la cartuchera. Seguí revolviendo. Encontré tu goma de borrar. Era azul y roja. La dí vuelta. Tenía escrito tu apellido. Decía en birome azul sobre el fondo rojo "Bologni". Ví el techo de mi pieza.

Así que bueno, ya sabés. Si necesitás tu cartuchera avisame, que la tengo yo.

Un saludo,

Luciano

jueves, 26 de marzo de 2009

lunes, 19 de enero de 2009

Composición, tema: El ascensor


Hoy me puse a pensar sobre los ascensores, esas curiosas habitaciones móviles que pertenecen un poco al tercer piso y otro poco a la planta baja, es como si de repente uno quisiera ir al baño pero no estuviera ahí listo para ser usado, entonces se presiona un botón y el baño compartido por todo el edificio viene raudo y veloz al encuentro; preferentemente con olor a flores y a desodorante Poett en abundancia. De la misma manera podríamos compartir cocina, comedor y balcón, haciendo los departamentos mucho más interesantes arquitectónicamente. Y claro, si necesitáramos trasladarnos de un piso al otro, que es la verdadera función de estas cajas llenas de espejos y olores, sería mucho más grato utilizar la sala de estar o la biblioteca, y de paso chusmear los libros que las otras personas fueron guardando.

Una de las cosas que caracterizan a los ascensores son los temas de conversación, siendo el clima el preferido por la abrumadora mayoría. He conocido a mucha gente que, ansiosa por comentar el calor que hace o el frío que se viene con la tormenta, decide apagar el televisor y viajar desde un séptimo piso a la planta baja con la esperanza de encontrar una oreja que escuche estas importantísimas noticias. De este claro ejemplo resulta evidente el rol socializador de estos solitarios vagones verticales.

Hace un par de semanas nos quedamos encerrados entre dos pisos con 7 de mis compañeros de la oficina en el ascensor del edificio donde trabajamos. Intenté en todo momento hacer comentarios graciosos para que mantuvieran el buen humor y la calma, y también para que no surgiera el tema del clima. De otra manera, como estuvimos 15 minutos encerrados, seguramente luego de comentar el presente día y el fin de semana siguiente, nos habríamos puesto a hacer predicciones para los días más allá del fin de mes y gráficos de isotermas con el dedo sobre el espejo empañado. Inevitablemente para el momento del rescate hubiéramos tenido listo el pronóstico de la semana siguiente para las 20 principales ciudades del mundo, y una explicación totalmente revolucionaria acerca del microclima de la ciudad de Bariloche.

Por lo demás, cuando uno se sube y hay solamente gente que no conoce, no hace más que hacerse el sota y mantener el silencio sepulcral; la mirada va al vacío, es mirada de subte, que mira quizás hacia adelante pero sin ver nada; muchas veces mira al número, como si fuera de repente a marcar un piso intermedio o desconocido, casi rezando que el 2 rojo se dibuje en la pantallita.

El ascensor fue inventado por Arquímedes en el año 236 Antes de Cristo. Duración media del viaje: 17 segundos.

jueves, 1 de enero de 2009

Segundo año desorganizado

En el día de ayer se cumplieron 2 años del primer post de este humilde blog.
Este segundo año de vida se vio marcado por la baja frecuencia de posteo dados mis viajes a New York. De todas maneras, hubo algunas cosas del interés de la población:
Les agradezco a los que siguen leyendo y comentando.

Link al post equivalente del año pasado